miércoles, 14 de noviembre de 2007

SUEÑO CUMPLIDO

"Vengo todos los años... Le debo mucho a Ceferino... Curé milagrosamente... Ayudó a mi familia... Ahora tengo tres hijos sanos."
Expresiones como éstas, son las más recurrentes que escucha quien llega a Chimpay. No se tratan de sugestiones colectivas, ya que no hay duda que son experiencias de vida o imposibles realizados. ¿Cómo llega a vivir un peregrino todas estas experiencias? ¿Qué historia se esconde detrás de estas sensaciones de paz, de gozo, de vida antes en peligro y ahora palpitante?

No es muy difícil la respuesta, ya que la historia de Ceferino nos la muestra con lujo de detalles. Un día de 1897, cuando solo tenía 11 años de edad, descubre algo que ya todos sabemos: su pueblo sufre, él se siente con la necesidad de hacer algo, busca una alternativa pidiendo a su padre estudiar para ser útil a su gente.

Así, parte a Buenos Aires ("la selva de cemento" dice Seoane en su canto "Amada Patagonia") con el objetivo de realizar su ideal: estudiar para ser útil. Allí, una vez instalado en el Colegio Salesiano, descubre algo mucho más asombroso: el cómo ser útil. Ceferino no lo duda. Desea ser útil como salesiano y como sacerdote. Ayudará a su pueblo, a su gente, siendo un fiel hijo de Don Bosco.

Pero sus sueños, parecen esfumarse. Como si un viento fuerte -de esos que se sienten en la Patagonia-, le hubiera tirado por tierra todas sus expectativas. Aún estando enfermo quiso ser útil, y entonces curaba acompañado a otros enfermos. Cansado, redoblaba su esfuerzo para estudiar latín y llega a ser uno de los mejores. Muriendo, se dedicaba a desparramar vida con los muchos o pocos que se cruzaran a su paso.

¿Era conciente Ceferino que su sueño para el futuro estaba truncado? Al menos tres días antes de su muerte ya lo imaginaba. Entonces ¿De dónde sacaba fuerzas para vivir con tanta entrega hasta el final? No hay dudas de que sacaba fuerzas de su profunda oración y abandono en Dios.

Regreso al presente, y me doy cuenta que la tuberculosis, ese mal incurable, no detuvo el ideal de Ceferino. La muerte no fue un obstáculo para cumplir su sueño. Hoy, celebrando la glorificación de Ceferino y su ascenso a los altares, me doy cuenta que su sueño se había realizado.


Su pascua fue real, sufrió la soledad y el desamparo, el desvanecimiento de los sueños, la frustración de expectativas, la muerte que llega inexorablemente. Era la pascua de Ceferino, ya que todo se transformó en vida. Bastaba con mirar a los 200.000 peregrinos de todas las condiciones, con todo tipo de experiencias, ese ventoso domingo 11 de noviembre. Sobraba con observar ese espectáculo tan maravilloso de gente de todos los rincones del país y del mundo, para corroborar que Ceferino logró su ideal.

¡Claro que Dios le había preparado, a través de su cruz, una misión más grande que cuidar a su gente mapuche!: debía cuidar a todo el mundo, a cada pobre, ser útil para la vida de cada hijo de Dios. Allí donde se alojara la soledad y la tristeza, el desamparo y la nostalgia, la lucha por la justicia y el hambre de paz y de alegría, Ceferino sería enviado por Dios para consolar y auxiliar como un verdadero ángel de la guarda. Aquí radica la riqueza, para mí, de esta santidad fresca y juvenil de Ceferino.

“Quiero ser útil a mi gente” y… ¡Vaya si no lo fue! Hoy, todos nosotros, somos testigos de que aquello que dijo lo está cumpliendo.


P. Ricardo Javier Cámpoli sdb

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