Señor:
Pon en la frente de todos los que escriben, una proa que enfile el buen puerto que eres, y asegura a su nave un paisaje completo de obreros y operarios, estudiantes y madres, profesores y chicas.
Que a su vez, en el trato y al margen del oficio sean semilla noble de ejemplo y de ternura.
Que también acaricien mirando a los semáforos o en el coche o en el metro.
Que su poso de ciencia tenga el espejo al fondo de tu sabiduría.
Que cuando las masas griten y suenen puñetazos en las cafeterías, él hable con un vaso en la palma y el agua esté serena como la faz de un lago.
Si un milagro hace falta sea en los teclados, se les vaya pintando la imagen de su hijo o la de los amigos.
Que si de pronto se hace en el mundo un silencio porque hacen falta normas, su corazón sea bravo para decir la palabra; que sea clara y rotunda y, sobre todo, justa.
Le negarás el sueño, como también la sal y el pan de cada día, si sólo él puede hablar y calla por cobarde.
Tendrá que poner "robo" o "compasión", o "hambre", y lo dirá sin tentarle la bolsa o el ascenso, el susto o la amenaza.
Que de sus labios broten consejos como fuente de pueblo, que mana día y noche.
Si alguna ración doble hay que dar de optimismo, de amor y de esperanza, escánciala sobre ellos. Mensajeros de fe y de alegría.
Que escriban de rodillas cuando un hogar naufraga.
Que no los tiente la prensa de colores –"negra", "amarilla", "rosa"-.
Un periodismo al sol, claro y limpio como tu luz dorada, sea tu guía.
Y, por último, tantas gracias ocultas de quejas aceptadas y rodillas que sangran, a ver si ellos, a ver si en ellos pueden que estén siempre en la brecha del sudor y el esfuerzo para que un hombre vaya por la acera o aprisa y se dé con tu rostro, que le sonríe entre líneas.
Venerable Siervo de Dios Manuel Lozano Garrido, periodista.
lunes, 24 de diciembre de 2007
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