Así es. Un año parecido al postre de la cena del último de sus días: 31 de diciembre de 2007.
Solo tres salesianos cenando tranquilos un riquísimo lomo relleno, con ensalada rusa, con tomates rellenos de entrada y unos sandwichitos del siempre prestigioso local "Abuelo Francisco". Acompañábamos la cena con un exquisito vino blanco Etchart, de Mendoza, y unos temas musicales que sonaban gracias a la genialidad de Bach.
Pero claro, la cena concluye con el postre y el postre era una riquísima tarta de frutas, que lamentablemente, se nos pasó dejarla en la heladera, y es así que la tarta sufrió los abatares de una tarde calurosa durante unas 3 horas o más. La cuestión es que al servirla se nos desarmaba por completo. y si algo me incomoda es justamente que un buen pedazo de tarta se me desarme en el plato.
Allí, justamente allí fue que cayó como un rayo la iluminación interior: la tarta era la síntesis de un año difícil. acababa de recibir un "mensaje".
Así es amigos míos. Pasamos un año difícil, donde las cosas se precibían inestables, como que nada de lo pensado o planeado tenía un final feliz. Tal como los trozos de ananá y durazno, o los granos de uva que se caían como si nada, ante una masa desarmada y desarmable, así el año 2007 quedará en mi memoria: un año inestable, de acontecimientos que jamás hubiéramos querido vivir, y otros que anhelábamos vivir y que se hacían rogar para realizarse.
Un año tal como la tarta, donde los elementos que la componen no se ponían de acuerdo en quedarse en el tenedor y servir al menos para alimentar al comensal. Un año donde nos costó contenernos, entendernos y sobretodo dialogar: fuimos, como los elementos de la tarta, personas de muy pocos acuerdos, y de sobrados desacuerdos.
Pero la tarta, para llegar al plato, es decir a su fin, necesita un experto servidor, alguien que manipule astutamente los utencillos para servirla lo más íntegra posible a quien la codicia hasta babearse. Y es que en este año, nos faltó darle confianza al Servidor por excelencia, el que sabe usar con firmeza y gracia los instrumentos que tiene a mano para mantenernos unidos, confiados, solidarios y atentos a los demás. Aquél que nos une en el amor. Y sí, un año como la tarta que comí este último día, depende de dos sujetos: Dios que sabe cómo hacerlo y nosotros que debemos confiar más en Él y su poder, que es lo mismo que confiar en su voluntad.
Así, podrán venir muchísimas tartas endebles y desarmadas, pero siempre podremos degustarla si confiamos en quien la sirve. Solo Él puede hacernos pasar un año difícil con la más grande alegría, disfrutando de cada mes con una sonrisa grande como el mundo, tan grande como cuando degusto la tarta de frutas.
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